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Sesión del Concilio de Trento (el original está desaparecido, el Museo del Louvre guarda una copia del cuadro) óleo sobre lienzo sf, Tiziano
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En América Latina, el catolicismo es parte de la
matriz cultural. En un camino que se inicia a mediados del siglo XVI, para
finales del siglo XX comienza a hacerse consciente de su propia identidad y de
su ubicación e importancia dentro de la Iglesia universal.
Tras el concilio de Trento (1545), comienza paulatinamente a gestarse la
identidad de un Magisterio propiamente latinoamericanista. El fruto de la
profunda sensibilidad de nuestros obispos por las condiciones de vida del
pueblo humilde y sus expectativas de liberación es el Magisterio Episcopal
Latinoamericano, y las acciones que desarrolla desde su creación, con una
impronta con profundas raíces en la Patria Grande que soñó Simón Bolívar, pero
siempre unido al Magisterio universal.
El desarrollo del Magisterio Latinoamericano tuvo sus etapas marcadas por las
realizaciones de los Concilios, dentro de contextos sociales, políticos y
económicos de la región:
Río de Janeiro (1955) – Tras la 2° Guerra Mundial, Estados
Unidos de Norteamérica se consolida como potencia mundial. Comienza la Guerra
Fría. América Latina comienza a plantearse la necesidad de unión y el rechazo
de toda dependencia, con ideales de liberación. El continente tiene una escasez
de sacerdotes, que dificulta el crecimiento de la Iglesia que anhela el Papa
Pío XII; por tanto, exhorta a Europa a enviar sacerdotes.
El primer secretario de la Conferencia Episcopal de Brasil, Monseñor Hélder
Câmara (el obispo de la favelas) tuvo la responsabilidad de organizar la I
Conferencia general de Episcopado Latinoamericano en 1955. El tema de dicho
encuentro es la escasez del clero, las vocaciones y formación de seminaristas;
el apostolado social, indígenas, inmigraciones y juventud.
Nace en este contexto además una institución que a hoy continúa trabajando
incansablemente en la unidad de los pueblos y la Iglesia: Consejo Episcopal
Latinoamericano (CELAM).
Medellín (1968) – En el lustro iniciado en 1955 irrumpe en
América Latina la cuestión del “desarrollo” como perspectiva de solución a sus
crecientes problemas. Se alerta sobre las centralizaciones de las grandes
ciudades; y se realizan estudios sociológicos que arriban a la conclusión de la
necesidad de una profunda reforma social.
Tras la muerte de Pío XII asume el pontificado Juan XXIII, quien se encuentra
con una Iglesia fuertemente piramidal y autoritaria, olvidándose del encargo
misionero encomendado por su fundador. El Papa soñaba con una Iglesia menos
arrogante y más humilde, menos “señora” y más servidora, una Iglesia menos
poderosa y más de los pobres. El Concilio de Roma (1962-1965) centra su
objetivo en la reflexión de la Iglesia sobre sí misma para su renovación y
aggiornamento de cara al mundo. El resultado de este Concilio Vaticano II es la
instauración del perdido diálogo con el mundo y con el hombre. Renovación y
diálogo que el sucesor de Juan, Pablo VI, continuará.
A mediados de los ’70 la situación social se tornó difícil para América Latina.
Altos niveles de pobreza, violencias, regímenes militares (60% de los países
bajo dictaduras). Se genera, a su vez, un gran movimiento intelectual, social,
pastoral y de discusión en el pueblo.
La II Conferencia general del Episcopado Latinoamericano se celebra en 1968 con
el tema: La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del
Concilio. De esta conferencia emergen 16 documentos cuyo metodología es la del
ver-juzgar-actuar utilizada en la Gaudium et Spes, agrupados bajo los núcleos:
-Promoción humana
-Evangelización y crecimiento en la fe
-Estructuras de la Iglesia
Se delinearon tres grandes opciones: los pobres, la liberación integral y las
comunidades de base.
Puebla (1979) – Desde el último Concilio, la situación en
Latinoamérica empeora. La brecha entre ricos y pobres se profundiza.
Proliferan los regímenes militares y los modelos económicos que acentúan la
situación de miseria y dependencia. Aumenta la violación de los derechos
humanos. Muchos cristianos fueron tildados como comunistas por sus opciones en
favor de los pobres. Aparece la teología de la liberación, con tres
presupuestos básicos: la opción por los pobres, la unidad de la historia y el
primado de la praxis.
El tema del Concilio de Puebla es El presente y el futuro de la Evangelización
en América Latina. Marca fuertemente el inicio de este encuentro la presencia
del Papa Juan Pablo II. Puebla parte del análisis de la realidad y se ilumina
ésta con la reflexión sobre las tres verdades, contenido de la evangelización
(verdad sobre Jesucristo, verdad sobre la Iglesia, verdad sobre el hombre). La
acción: Evangelización de la Cultura con una triple incidencia en la
religiosidad popular, en la liberación y promoción humana y en las ideologías y
la política.
Aquí se señala la religiosidad del pueblo como un elemento constitutivo de
nuestra cultura Latinoamericana. Se explicita la clara opción por los pobres y
por los jóvenes. En la dimensión de la fe, Puebla representa una nueva toma de
conciencia de la Iglesia Latinoamericana frente a la realidad conflictiva del
subcontinente.
Santo Domingo (1992) – La década de los ’80 es la década
perdida, sobre todo en lo económico, para América Latina. Nunca antes en la
historia hubo tanta concentración del capital en tan pocos países y en tan minoritaria
población. Aparece un problema acuciante: la imposibilidad del pago de la deuda
externa, y las consecuencias de la misma. El neoliberalismo capitalista se
impone en casi todos los países de la región, con grandes costos sociales.
Crecimiento de las poblaciones concentradas. Niveles de violencia extremos.
Proliferación de las sectas. Abandono de la práctica religiosa de muchos
cristianos, cayendo en la indiferencia y apatía. La IV Conferencia general del
Episcopado Latinoamericano llega en este contexto, el tema: Nueva
Evangelización, Promoción Humana y Cultura Cristiana.
Santo Domingo representa un crecimiento real de la Iglesia Latinoamericana en
relación a las tres Conferencias anteriores; se constituye en una nueva
reafirmación de nuestra identidad y de la importancia del Magisterio de los
obispos en cuanto guías, orientadores e intérpretes, a la luz de la fe, de
nuestra realidad.
Se explicita contundentemente el fundamento de la misión de la Iglesia: el
anuncio de la fe en Jesucristo; para ello pide ser imaginativos y creativos.
También está atento a reconocer los nuevos sujetos de la evangelización de cara
a las nuevas realidades culturales: indígenas, afroamericanos, mestizos,
jóvenes, mujeres, educadores, comunicadores sociales, y creadores de cultura.
Se reafirma, una vez más, la opción por los pobres, considerando los nuevos
rostros de las víctimas de los sistemas: derechos humanos, ecología, la tierra,
empobrecimiento y solidaridad, el trabajo, la movilidad humana, el orden
democrático, el nuevo orden económico y la integración Latinoamericana.
En definitiva, este camino recorrido construye el patrimonio irrenunciable de
la tradición magisterial del Episcopado Latinoamericano. Posee un fundamento
teológico-pastoral doble: 1. Es respuesta a la escucha sensible de las
inquietudes y anhelos del Pueblo. 2. Es respuesta a una dimensión esencial del
Episcopado como es la colegialidad (se genera la re-unión a pesar de las
diferencias).
Las características principales del Magisterio de América Latina son:
• Es un Magisterio que sabe estar atento a los signos de los
tiempos para interpretar en ellos los designios de Dios.
• Ha hecho una opción clara por las víctimas y los excluidos
de los sistemas operantes.
• Siempre se ha animado a la creación de una Iglesia viva y
dinámica.
• Permaneciendo siempre fiel al Magisterio universal, supo
aportar lo propio y peculiar.
• Ha originado una reflexión, una práctica pastoral y un modo
de ser Iglesia en América Latina.
• Ha facilitado la creación de una teología propia de América
Latina.
• Se ha hecho símbolo e intérprete del pueblo de Dios.
Marcelo J. Silvera
🌐@MarceloJSilvera